miércoles, 12 de octubre de 2011

EL PODER Y LA LENGUA: LA IDEOLOGÍA PANHISPÁNICA

Actualmente, podemos escuchar, con mucha más insistencia, comentarios y opiniones sobre los objetivos comunicativos ventajosos que, algunas lenguas, nos proporcionan. El mandarín, el inglés o el español son sistemas lingüísticos que, al dominarlos, nos posicionan beneficiosamente en el mundo económico. Sin embargo, pueden las lenguas sustraerse de la lógica que rige el mercado de los capitales. Compartiremos, sobre esta problemática, las reflexiones del acusioso investigador Juan Carlos Moreno Cabrera quien nos proporciona algunas pistas muy sólidas que iluminan esta espinosa cuestión. No deja de ser provechosa la lectura de su libro: De Babel a Pentecostés. Manifiesto plurilingüista (Barcelona: Horsori, 2006)

El poder y la lengua: La ideología panhispánica
Conferencia del Dr. Juan Carlos Moreno Cabrera* en la Universidad de Heidelberg
He recogido dos ideas, que son las siguientes: primera, una lengua común puede coadyuvar a aumentar los beneficios privados de las empresas de comunicación; segunda, las lenguas internacionales son adecuadas para la potenciación de los beneficios de las multinacionales.
De estas dos ideas se derivan dos consecuencias que he sacado de mi posición de mi punto de vista: primera una justificación económica de la marginación y falta de apoyo a las lenguas con pocos hablantes y una segunda idea que es la justificación del imperialismo lingüístico como asociado al imperialismo económico.
Se está publicando en este momento una serie de libros en español en España. Uno de ellos es El valor económico de la lengua española, publicado en 2003. Pero no es el único; hay otro que se titula El español, lengua global. La economía, de 2010, publicado por el Instituto Cervantes. Otro se llama El español, activo cultural y valor económico creciente. También Las cuentas del español (Fundación Telefónica), año 2010. En este volumen se aborda uno de los procesos cruciales de este ambicioso proyecto, la cuantificación de la importancia económica del idioma español en términos de variables como el PIB y otras cosas. Y me voy a referir a este libro La economía del español. Una introducción, publicado en 2008, que se presenta como una introducción, y está hecho por catedráticos de economía. Además este libro está dentro de una serie de obras de una colección de un proyecto financiado por Telefónica. Voy a extraer unos párrafos de estos libros, porque no soy yo el que ha enunciado estas ideas, las he extraído de estos libros. Dice así: «ha de subrayarse, de momento, una característica común a muchas actividades relacionadas con la lengua; en una buena parte de ellas se dan de un modo casi natural [...] las economías de escala: a mayor volumen de producción y venta, mayores posibilidades de reducción de los costes medios de los productos. [...] De ahí la importancia que tiene, desde este punto de vista, la amplitud demográfica de un dominio lingüístico y su profundidad, en términos de capacidad de compra de sus hablantes (p. 144). Este es un de los goznes en torno a los cuales giran estos libros.
Ahora vamos a ver algunas de las citas de este libro que justifican las dos conclusiones que yo asociaba con las hipótesis iniciales: «En los casos de bilingüismo, esto lleva igualmente a tener que considerar el coste de oportunidad de producir en lengua minoritaria, en relación con hacerlo en lengua mayoritaria. [p. 144]
Aquí tenemos dos citas que son interesantes porque se contradicen:
«Respecto a otros activos, lo singular de un idioma es que carece de depreciación; no se deteriora con el uso» [p. 39]
Ya se está hablando de las lenguas como activos económicos... Finalmente el capitalismo ha encontrado un producto que no tiene depreciación. Estos catedráticos tienen que justificar el dinero que ha dado Telefónica para explicar esto. Karl Marx hubiera tenido que ver esto, y a lo mejor tenía que modificar su teoría del capital. «No se deteriora con el uso». Las máquinas-herramientas se deterioran con el uso, lo que aumenta el costo de producción y tiende a disminuir los beneficios.
«Desde su nacimiento, la actividad de la Real Academia Española ha estado orientada a reglamentar el adecuado empleo del idioma, para evitar, entre otras cosas, que la «degradación» por el uso o la presencia de variedades dialectales terminen por fragmentar la comunidad lingüística, con costes para el entendimiento mutuo» (p. 34)
Y existe una institución, la Real Academia Española, que intenta evitar «la degradación por el uso». Todo esto es pura palabrería. No tiene ningún apoyo científico en la Lingüística. Como no puedo explicar esto detalladamente, me voy a referir, al final de mi intervención, a un libro donde podrán encontrar, con todo detalle, argumentos muy extensos, que todos estos argumentos no tienen ninguna base lingüística, científica.
Veamos la página 60:
«Existen diversas líneas de investigación en el ámbito de la economía política que identifican la existencia de una pluralidad de lenguas como un factor de riesgo para la unidad y cohesión social de un país.
[...] La pluralidad de lenguas se toma, en este caso, como una variable que aproxima ese déficit de articulaciones y cohesión social».
¡Un factor de riesgo! ¡Estamos ante un factor de riesgo para la pluralidad y cohesión social de un país! El plurilingüismo es un factor de riesgo para la pluralidad y cohesión social de un país. Esto explica por qué Nigeria, desde que se habla inglés, se ha convertido en un país maravilloso que ha salido del salvajismo porque antes, bueno, ahora también, se hablan unas cuatrocientas lenguas en Nigeria. Pero gracias a que está el inglés Nigeria es ahora un país modélico.
«Mercado lingüístico. Una lengua es tanto más útil cuantos más hablantes tenga, de modo que con el aumento del número de estos se pone en marcha un círculo virtuoso que favorece su expansión; y otros efectos, indirectos, en tanto que ese mayor tamaño de mercado hace posible, por un lado, una reducción de los costes en los procesos productivos». (p. 88)
Las lenguas se expanden como la gaseosa, no tiene nada que ver la política, ni el poder político, ni el imperialismo, es como la gaseosa su expansión y otros efectos indirectos, en tanto que ese mayor tamaño del mercado hace posible por un lado una reducción de los costes de producción.
«La potencialidad económica de los hispanos norteamericanos [...] parece fuera de toda duda. HispanTelligence (2003) estimaba en 700.000 millones de dólares el poder de compra «hispano» en Estados Unidos, cifra en rápido aumento». (p. 90)
Y luego dicen en la página 112:
«Cabe añadir [...] que la unidad lingüística es, en realidad, una condición para la unidad de mercado: ¿qué clase de mercado perfectamente competitivo podría desarrollarse a los pies de la Torre de Babel?»
Esto sería realmente interesante para una tesis de doctorado «qué mercado se podría desarrollar a los pies de la torre de Babel». Muy importante.
«Rentabilidad. Es posible que en sociedades lingüísticamente fragmentadas la densidad de las comunicaciones sea menor, y condicione el tamaño del mercado y la rentabilidad de las empresas especializadas» (p. 168).
Esto quiere que una multinacional para poder hacer negocios en un país, lo primero que tiene que hacer es destruir la diversidad lingüística, porque esto va a dar más posibilidades a la empresa. Está justificando el genocidio que empezó con el colonialismo y sigue en la actualidad.
Ahora voy a pasar al panhispanismo que tiene que ver con la Real Academia Española porque, como saben, el panhispanismo es la ideología fundamental en torno a la que gira toda la actividad de la RAE.
Aquí tenemos una entrevista con el Dr. Walther L. Bernecker, de la Universidad de Erlanger-Nuremberg. [Deutsche Welle, 21.03.2010]:
«Es importante tener los términos claros. La del panhispanismo es una noción que tiene su origen en España, no en Latinoamérica, y que alude a la creación de una gran comunidad que incluya a todos los países de habla hispana. Esta idea ha sido promovida sobre todo por regímenes no democráticos, como el del dictador español Francisco Franco, con miras a extender puentes hacia Latinoamérica».
La meta es recordarle a América Latina lo buena que España ha sido para ella, haciendo referencia a los procesos de ‘civilización’ y de ‘cristianización’, entre otros argumentos que solo pueden ser defendidos desde un régimen autoritario que censure el debate sobre el lado negativo de la Conquista y la Colonia. Como concepto, el panhispanismo es eurocentrista y obsoleto, no tiene futuro alguno porque supone que la iniciativa integradora proviene de la llamada ‘Madre Patria’.
El panhispanismo es la seña de identidad ideológica de instituciones como la Real Academia Española (RAE). Este panhispanismo se sitúa en una superestructura que intenta dar cobertura cultural al proceso de afianzamiento y expansión de las empresas multinacionales de base española (Repsol, Telefónica) cuya intervención en América se pretende presentar como resultado de una colaboración amistosa y ventajosa dentro de un supuesto ámbito cultural global hispánico. Se pretende así justificar una recolonización económica de América Latina por parte de España en la frenética carrera capitalista por aumentar los beneficios a costa del empobrecimiento progresivo de la sociedad y la explotación del trabajador y del entorno. En este proceso, se quiere presentar la lengua española como un capital activo que puede generar también beneficios a determinadas empresas del ámbito cultural (RAE, Instituto Cervantes) apoyadas económicamente por las multinacionales. De esta manera, el imperialismo económico utiliza el imperialismo lingüístico no solo como justificación cultural, sino como generador de beneficios empresariales.
Voy a hacer referencia a una obra que me parece que va a ser imprescindible cuando se publique, lo que ocurrirá en septiembre u octubre, que se llama El dardo en la Academia. Esto que les muestro son las primeras pruebas de imprenta. Tiene un subtítulo «Esencia y vigencia de las academias de la lengua española». Las compiladoras son Silvia Senz y Montserrat Alberte. La editorial es una muy pequeña, de Barcelona, llamada Melusina. En este libro, por primera vez, se hace un análisis ideológico de la actividad de la Academia, que claramente excede con mucho lo puramente gramatical, lo puramente lexicográfico, lo puramente ortográfico y se adentra dentro de una ideología que la propia Academia denomina «panhispánica» y cuyo fundamento socioeconómico es el que he intentado caracterizar esa ideología y cuál su fundamento económico y social. Hemos visto, en el libro que estoy comentando, que la Real Academia remite al «desgaste» de la lengua; que la lengua por lo visto se «desgasta» y la Real Academia es la encargada de reparar esos desgastes. Recordad el famoso lema de la Academia que es, no «Limpia fija y da esplendor», lo han cambiado: ahora es «Unifica, limpia y fija». Lo digo porque mi contribución a este trabajo precisamente empieza aquí. Ahora les voy a enseñar para que vean lo que abarca este libro, porque yo creo que esta obra va a ser realmente un hito en la bibliografía hispánica sobre la cuestión de la planificación lingüística de la actividad de las academias y sobre la ideología que hay detrás de esa actividad que es mucho más compleja y fuerte de lo que parece.
Va a ser un libro muy voluminoso, de unas 1.400 páginas, porque hay artículos de hasta trescientas páginas.
Un primer artículo está dedicado a la historia crítica y rosa de la Real Academia Española. Esto de ‘rosa’ hace referencia a un aspecto importante, que es la política de nombramiento de académicos. Cuáles son los fundamentos de esa política si la hay y los fundamentos de esa política, y qué factores intervienen o son decisivos en la hora de elegir académicos. De ahí el término este de rosa, de crónica social de los académicos. Este primer capítulos es realmente muy informativo y es muy detallado.
A continuación viene un artículo mío que tiene una parte ideológica y otra teórica, que considero que es el peor, porque yo no soy profesor de lengua española, no me dedico a la lengua española, tampoco soy especialista en las cuestiones académicas, realmente no soy especialista en nada, pero bueno, en esas cosas, seguro que no. No es tan erudito, no está tan informado, no tiene tantos dados internos sobre las labores de la Academia como los demás artículos.
Sin embargo, las editoras consideraron que era necesario que hubiera un artículo que tuviera un aspecto más general, un ámbito de lingüística más general. Y fijaos cómo se titula «Unifica, limpia y fija», que es el nuevo lema académico y los mitos del nacionalismo lingüístico español. Va en línea similar a mi libro de nacionalismo lingüístico en la primera parte. Luego la segunda parte es una explicación detallada de por qué no tiene sentido decir que «las lenguas se desgastan» ni tampoco tiene el menor sentido lingüístico la labor de la Academia, Puede tener un sentido social, puede tener un sentido ideológico, puede tener un sentido sociológico, puede tener un sentido imperialista, puede tener un sentido político, pero no tiene el menor sentido lingüístico.
Esto es lo que intento demostrar en la segunda parte del capítulo, utilizando las herramientas de la lingüística moderna y siempre en un nivel elemental, divulgativo, que es lo que me pidieron las editoras. A continuación tienen una contribución de Luis Fernando Lara, profesor mexicano, El símbolo, el poder y la lengua, analiza los aspectos ideológicos. Otra del profesor Espósito, dedicado a la comparación entre tres academias, la española, la italiana y la francesa, que es muy interesante, y luego vienen tres artículos muy importantes, el de Silvia Senz, Minguell y Montserrat Alberte, Las academias españolas, organismos de planificación lingüística, que es un auténtico tratado de planificación lingüística en el ámbito hispánico, realmente impresionante. Es un tratado realmente muy bien hecho, muy detallado y muy sensato.
Y luego viene lo que considero que es el artículo estrella del libro que es Una, grande y esencialmente uniforme. La RAE en la conformación y expansión de la lengua común. Este artículo tiene más de trescientas páginas y creo yo que es el más importante no solo por la extensión sino por el contenido la amplitud y el detalle con que trata las cuestionen.
Luego tenemos un artículo de un profesor muy conocido que trabaja en Estados Unidos, José del Valle, Política de lenguaje y geopolítica de España. Y otro artículo, Graciela Barrios La regulación política de la diversidad. Academias de lengua y prescripción idiomática; de José Martínez de Sousa, La obra académica a lo largo de tres siglos, María Porti, Terminología y normalización en las academias de la lengua española.
Estos artículos el 10 el 11 y el 12 se dedican más a analizar los aspectos ideológicos de la labor lexicográfica de la Real Academia. Son artículos que no tienen desperdicio realmente; son muy interesantes.
Hay otros referidos a nuevas tecnologías, etcétera, de modo que creo que hago justicia y no es un abuso que yo haya aprovechado esta oportunidad que me han ofrecido que yo venga aquí a hablar de este libro, porque yo creo que va a ser una publicación muy importante, creo yo, muy importante en el ámbito hispánico, en el ámbito de la planificación lingüística y de la ideología lingüística, en el ámbito hispánico. Y por eso es que con cierto entusiasmo vengo aquí a anunciarlo. Conclusiones: hay dos conclusiones, creo que se pueden extraer más, pero yo quiero insistir en dos y es la insistente utilización de criterios de mercado en los ámbitos culturales. Esta utilización en ámbitos culturales lleva a una subordinación de la cultura humana a los intereses particulares del imperialismo de la globalización capitalista.
[...]La segunda (conclusión) es que lleva también este tipo de enfoque, este tipo de justificación, lleva también a un intento de justificación cultural de las constantes agresiones a la Humanidad llevadas a cabo por las empresas multinacionales y por el capital financiero internacional.
Juan Carlos Moreno Cabrera
La Página del Idioma Castellano
(*) Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y catedrático de Lingüística General en la Universidad Autónoma de Madrid. Dirigió la adaptación al español de la obra de David Crystal The Cambridge Encyclopaedia of Language (Enciclopedia del lenguaje de Cambridge, Madrid: Taurus, 1994) y ha publicado más de cien artículos en revistas y libros colectivos, en su mayoría sobre sintaxis, semántica y clasificación, situación, expansión y desaparición de las lenguas del mundo. Es autor de dieciséis libros entre los que figuran: Lenguas del mundo (Madrid: Visor, 1990); La lingüística teórico-tipológica (Madrid: Gredos, 1995); Curso universitario de lingüística general (Madrid: Síntesis, 2000, 2.ª ed.); La dignidad e igualdad de las lenguas (Madrid: Alianza, 2009, 6.ª ed.); El universo de las lenguas (Madrid: Castalia, 2003); Introducción a la lingüística (Madrid: Síntesis, 2004, 2.ª ed.); De Babel a Pentecostés. Manifiesto plurilingüista (Barcelona: Horsori, 2006); El nacionalismo lingüístico. Una ideología destructiva (Barcelona: Península, 2008); y El dardo en la Academia, Barcelona: Melusina, 2011 (en prensa).

¿PRIVATIZACIÓN ENCUBIERTA DE LA LENGUA?

El apriete que sufrió el uruguayo Ricardo Soca por parte de un abogado de Planeta es una parte ínfima del iceberg que se esconde detrás de la cuestión. En los últimos días, y a un ritmo francamente admirable, miembros del blog Addenda et Corrigenda han subido una serie de informaciones que ponen negro sobre blanco la cuestión de fondo.
El 27 de octubre de 2010 el portal Universia había publicado que «La Real Academia Española en colaboración con las 22 Academias del continente americano, prepara un gran portal para ofrecer a los usuarios todos los diccionarios y recursos que brinda la institución. Esta nueva web estará lista en los primeros meses de 2011, según explicó Víctor García de la Concha, director del organismo».
Ahora bien, ese «gran portal», según se indica aquí está siendo auspiciado por Telefónica de España, la cual «apoya a la Real Academia Española en el desarrollo del Portal Académico del Español, ventanilla unificada de acceso online a los diccionarios de la RAE».

Lo de la «ventanilla unificada» ya puede dar una pauta de cuáles son los intereses en juego. Pero antes de abundar, vale la pena volver al portal de Universia para leer que «Este proyecto web, patrocinado por Telefónica, se enmarca en la ‘renovación tecnológica de la Academia’ y pretende ser el ‘escaparate’ de una ‘gran renovación tecnológica’ (sic), indicó Victor García de la Concha, director de la Real Academia Española.
«En esta iniciativa trabaja Michael Amigot, quien colabora con todo el departamento de tecnología de la RAE y las 22 Academias de la lengua para incluir todo tipos de registros léxicos. Entre ellos, figura el Diccionario panhispánico de dudas, el nuevo Diccionario histórico de la lengua española o la Nueva gramática.
«Nosotros tenemos actualmente 500 ó 600 millones de registros léxicos en los distintos corpus. Todo esto queremos proyectarlo en esta web, incluyendo una sección de consultas, libros, y los diferentes diccionarios que hemos publicado", subrayó De la Concha.

«Según explicó el director de la RAE, en esta página web se camina hacia una "ventana única" para que el usuario que escriba una determinada palabra pueda ver todo lo que en las Academias exista sobre ese término: estudios, diccionarios, gramática, etc.

«Ahora mismo tenemos una web consultadísima. Nuestro diccionario recibe un millón de visitas al día, por eso la página se nos ha quedado pequeña y un poco pasada", reconoce De la Concha. En esta misma línea, ha destacado que este gran portal, que cuenta con un presupuesto de 500 mil euros aportados por Telefónica, dispondrá de una ‘una tecnología muy adelantada’.
El portal no está aún disponible, hecho que aclaró en junio el nuevo director de la RAE, anunciando su apertura para este otoño.
Hasta acá todo muy rico, pero, ¿quién es Michael Amigot, propietario de la empresa que se encarga de realizar el portal? Aparentemente, por lo que investigó el grupo de Addenda et Corrigenda en este sitio, Michael Amigot, antes llamado Mikel Amigot, es un periodista navarro pionero en el campo de la prensa digital, que creó en Estados Unidos la empresa Amigot Corp (http://www.amigotcorp.com), una compañía de servicios multimedia especializada en audiencias de habla hispana, repartida entre Nueva York, España y la India.

Así, la división IBLNY de la empresa de Amigot presta servicios digitales y de marketing a una enormidad de empresas (bancos, de telefonía, radiodifusión...), administraciones públicas e instituciones culturales y educativas españolas, además de sectas católicas como Lumen Dei. En lo tocante al castellano, y en resumidas cuentas, se encarga de la parte digital de todas las entidades de política cultural y de comercio exterior españolas y de diversas universidades: entre otras, Ford, Lumen Institute, IESE Business School - University of Navarra, Spain's Foreign Trade Commision (ICEX), Instituto Cervantes, Official Tourism of Spain in the U.S., Real Academia Española, Camara de Madrid, The Spain U.S. Chamber of Commerce, The United States Hispanic Chamber of Commerce, Invest in Spain, Fundación Telefónica, Telefónica Internacional, Telefonica TSA, ISEM, Hispanic Information and Telecommunications Network (HITN), Kukuxumusu - Mikel Urmeneta America Reads Spanish, Government of Spain, Government of Navarra, Comunidad de Madrid, Reyno Gourmet, Vodafone, El Corte Inglés, Telefónica Móviles, Archdiocese of New York, Real Catholic Television, Feria Television, Alba Technologies, Henares Television, Universidad Complutense, Universidad de A Coruña, e-Television, Cepal, Huesker, Reyno Gourmet, Union Familiar Lumen Dei, La Caixa, Pharma Image, IBM, Wells Fargo, The First American Corporation, Fordham University, APT, Fundación Ideas - PSOE, Order of Malta, Ole Imports, Grupo Seguriber, Fundación Germán Sánchez Ruiperez, Instituto de Autor, SGAE, Ibercrea, Fundación Autor, Arteria, Hispasat, Ministerio de Cultura (España), Colegio de Registradores, Brainstorm Multimedia, Grupo GSS, Centesimus Annus Pro Pontifice, CEOE...
Asimismo, Amigot participó en el CILE de Cartagena con esta ponencia.

El 27 de septiembre, en el blog Addenda et Corrigenda señalaban: «La mayor parte de las personas que hayan estado siguiendo el caso de RAE y Planeta contra elcastellano.org, y que hoy hayan asistido atónitos a la desaparición repentina de la versión de usabilidad mejorada por Franz Mayrhofer del Diccionario panhispánico de dudas, estarán preguntándose seguramente qué mosca les habrá picado a estas entidades para echarse así a la yugular de personas que trabajaban en sinergia con ellas sin perseguir nada más que el procomún».

La explicación más plausible la encuentran en la privatización, disfrazada de patrocinio, que Telefónica lleva a cabo en connivencia con la Real Academia Española, una institución financiada con fondos públicos. «Es decir, que con las acciones como las que ha sufrido Ricardo Soca están preparando el terreno para que todas las consultas a la obra académica se centralicen en exclusiva en ese portal, y probablemente sólo se concederán licencias para crear aplicaciones basadas en esos contenidos académicos a quien las pague».
«Pero la cosa no queda sólo en el reparto del negocio de la lengua normalizada», añaden. Y argumentan que el reparto del pastel del español global (que, en lo que concierne al libro y los contenidos digitales es, según el experto Javier Celaya, el próximo campo de batalla económico) es, además, un asunto de política de estado del Reino de España, un reino donde también la cultura está en manos exclusivas del gran capital.

«Desengañémonos –concluyen en Addenda et Corrigenda– : todos ellos, y no nosotros, son los amos de la lengua y la cultura en español. Y lo malo no es que lo sean ellos, sino que a veces manejan tan mal su propiedad que hacen necesario que nosotros se la mejoremos. Luego, ellos toman las mejoras que gratuitamente hacemos, nos vetan su administración y las explotan por su cuenta. Nosotros, como burros, los seguimos de nuevo, y el círculo vicioso vuelve a empezar. Y no acabará hasta que logremos desmantelar las peores de estas instituciones».
El desengaño, sin embargo, debe ser todavía más amargo. La noticia del atropello a Ricardo Soca no circuló en los diarios, que sí le dieron mucho espacio a la presentación de la nueva versión de la gramática de la RAE y academias asociadas, y a la retención en la aduana argentina de los libros importados de España, con críticas a la exigencia del gobierno argentino porque esos libros sean impresos bajo la responsabilidad de las filiales argentinas de las empresas españolas. En el ámbito privado, salvo unos pocos amigos españoles conscientes de la gravedad de los hechos, la mayoría de quienes estaban al corriente se mostraron indignados en primera instancia, pero al saber que en el trasfondo hay una política económica y geoestratégica del Estado español que tiene la lengua como eje central (política de la que come toda empresa española relacionada con la lengua, a no olvidarlo) muchos fueron archivando la cuestión. Y así están las cosas.
La pregunta entonces es qué se puede esperar de España y qué van a hacer los gobiernos y asociaciones latinoamericanas frente a esta privatización encubierta de la lengua que es patrimonio de todos.
Seguramente, continuará.
Fondebrider
Club de traductores literarios de Buenos Aires

LA NORMA Y SUS LAGUNAS

Los traductores ante la norma y sus lagunas
Ricardo Soca (Conferencia pronunciada en el I Congreso del Colegio de Traductores Públicos del Uruguay, el 9 de septiembre de 2011)
Vine a conversar con ustedes hoy sobre un tema que atañe a todos los trabajadores de la lengua: traductores, intérpretes, correctores de estilo, periodistas, escritores. Es la actitud a adoptar ante la normativa prescriptiva y sobre todo, ante las fallas de la normativa académica que no son pocas.
Y no me estoy refiriendo al trabajo magnífico que han llevado a cabo Ignacio Bosque y su equipo, con la NGLE, sino a otros dos puntos: las lagunas que se advierten en la mayoría de las obras académicas y a los errores y contradicciones en que se incurre por la aplicación del principio de autoridad a una labor que debería ser científica, como iremos viendo en los próximos minutos.
Cada vez que se enfrenta a una nueva tarea, el traductor se ve ante un doble desafío: el primero es llevar a cabo una traducción fiel y correcta de acuerdo con la llamada norma culta, que es la que se le exige y, en segundo lugar, lograr que su trabajo, además de ser fiel y correcto, satisfaga a un cliente que en general no conoce la norma lingüística pero, como hablante, sabe del uso real de la lengua.
En ese sentido, la norma suele ser un apoyo que le permite al traductor fundamentar sus decisiones en un texto, respaldado por una autoridad.
Y en esa situación tropezamos muchas veces con el concepto de la pureza de la lengua, que algunos profesionales consideran un sello de calidad de su trabajo.
Yo quisiera detenerme un poco en esta idea de pureza para destacar el hecho de que se trata de un concepto anómalo, anticientífico, ajeno a la lengua y a la lingüística.
Todos aquí conocemos el lema que ostenta la Academia Española en su escudo: Limpia, fija y da esplendor, creado en su fundación hace casi trescientos años. Los académicos se apresuran a aclarar que ese lema se ha mantenido por razones meramente históricas, de tradición. Los conocimientos sobre la historia de las lenguas se empezaron a desarrollar en el siglo en el siglo XIX y se consolidaron en el XX, de modo que cuando se adoptó este lema se sabía muy poco sobre la evolución histórica de las lenguas.
Últimamente por razones de política lingüística del Estado español, una política que empezó con los Reyes Católicos, lo han cambiado a Unifica, limpia y fija.

¿Qué significa esta idea? Lo de unificar el idioma obedece a una necesidad de las empresas españolas, principalmente las que operan en América Latina. Me limito a mencionarlo porque es un tema en el que no puedo detenerme en este momento, pero la idea de unificar ha estado presente históricamente en las políticas lingüísticas de muchos estados. Ahora, la idea de limpiar la lengua y la idea de fijar la lengua son aberrantes desde el punto de vista de la Lingüística.
Sin embargo, los puristas, que en pleno siglo XXI es posible encontrar en todas las profesiones de la lengua, se apoyan en este lema para enarbolar la idea de un español puro, correcto, inamovible y lo defienden de la contaminación por parte de lenguas extranjeras.
Bueno, contaminación es otra categoría acientífica y totalmente ajena a la lengua; las lenguas son intrínsecamente impuras. Las lenguas puras no existen y tal vez el español sea una de las más impuras de todas. Desde su origen conocido.
Desde cierto punto de vista se podría decir que el castellano no es una lengua derivada del latín, es, en sentido lato, latín en un estado de lengua que corresponde al siglo XXI.

El latín de Virgilio, el de san Jerónimo, el protorromance de finales del primer milenio, el español del Cid, el de Cervantes, el de Lope y el que hablamos nosotros hoy son diferentes estados de una misma lengua que fue cambiando a lo largo de los siglos sin solución de continuidad.

El latín de los clásicos ya era una lengua impura, como todas las lenguas: una mezcla de elementos oscoúmbros, etruscos y griegos, entre otros. Esto quiere decir que el latín, o la lengua romance que hablamos nosotros, en un estado de lengua que se llama español del siglo XXI y sus variantes, sufrió las más diversas influencias a lo largo de los últimos 2.000 años. Pero no es el estado final ni definitivo, como algunos parecen creer.
Hacia el siglo V de nuestra era, aquel latín ibérico que ya empezaba a diferenciarse de otros latines hablados en el resto de lo que había sido el imperio, sufre nuevas influencias extranjeras con la llegada de los invasores germánicos. Nombres propios españolísimos hoy, como Gonzalo, Fernando, Rodrigo, Elvira y muchos otros son en realidad adaptaciones ibéricas de los nombres germánicos Gundisalvus, Fridenandus, Rodericus, Gelovira.
Cuando usamos palabras como bandera, ropa, guerra, ganso, gavilán, guante, guardián, espuela estamos empleando palabras de origen extranjero, vocablos que no existían en la Península hasta la llegada de los germánicos.
Los invasores godos, que en realidad nunca llegaron al cinco por ciento de la población ibérica se incorporaron rápidamente, en términos históricos, a la cultura ibérica y centenas de extranjerismos como los que mencioné se incorporaron sin mayores traumas al caudal léxico del protorromance ibérico.
Pero ya en el siglo VI ocurre otro fenómeno histórico que volvería a cambiar la cara de la lengua protorromance de Iberia: la llegada de invasores islámicos árabes y bereberes que en pocos años conquistaron toda la península y convirtieron la Hispania godorromana, de habla protorromance, en un estado islámico, en el que la mayoría inicial de cristianos y judíos fue disminuyendo. Y aquí surge de nuevo un fenómeno que todos conocemos, que ya había aparecido con los visigodos y que es el de lenguas en contacto. En los registros cultos y en la expresión escrita se requiere en esa época el uso del latín clásico para los nativos y del árabe clásico para los recién llegados, dos lenguas que eran conocidas por muy poca gente, todos ellos de la clase dominante.
¿Qué consecuencias tuvo esto en la lengua? Bueno, la lengua árabe ejerció una fuerte influencia sobre el godorrománico, se forman inicialmente dos haces dialectales de los que no voy a hablar aquí pero al final de la presencia árabe en la península, a fines del siglo XV, las lenguas habladas allí, el catalán, el castellano, el gallegoportugués entre otras, tenían una fuerte marca distintiva que las diferenciaba de los idiomas del resto de Europa, excepto los dialectos franceses de pueblos que comerciaban con los árabes.
Algunos miles de palabras de nuestro idioma entre las que se cuentan álgebra, ajedrez, arroba, aljibe, aceite, aceituna, jarabe, almíbar, alhelí, alcahuete, alcohol, cenit, nadir, escarlata, fulano, laca, zafiro provienen de esa época; algunas de ellas vienen de mucho más lejos pero todas ellas llegan a las lenguas peninsulares a través de los árabes.
Y ahora demos un salto en el tiempo desde la expulsión de los moros en el siglo XV hasta el siglo XVIII, con los nobles afrancesados, deslumbrados con Versalles, que introdujeron en la lengua un enorme caudal de vocablos del francés. Rafael Lapesa menciona chaqueta, pantalón, favorito, galante, interesante, petimetre, miriñaque, hotel, sofá, merengue, entre muchas, muchísimas otras. ¿Y mamá? En latín se decía mámae y en español se dijo mama hasta que los Austrias introdujeron la forma francesa maman.
Era la palabra que usaba el rey Felipe V, el fundador de la Real Academia, nacido en París, para hablar con su madre, la princesa María Ana de Baviera.
Vemos entonces que el español está muy lejos de ser una lengua pura, como quieren algunos; todos los idiomas están lejos de ser puros, pero el nuestro es especialmente «impuro« si es que queremos usar esa categoría tan inapropiada y tan acientífica. Uno se podría preguntarse aquí de dónde nos viene la norma, de dónde la Academia Española o las academias americanas obtienen la autoridad y el respeto de que gozan por parte de los usuarios de la lengua. Bueno, eso tiene sus razones históricas, entre las cuales el merecido prestigio que la Academia Española se granjeó a partir de su fundación, con su obra inicial. Otras lenguas tienen otros procedimientos para establecer la norma, como veremos.
Hace trescientos años, cuando don Juan Manuel Fernández Pacheco, el marqués de Villena, le propuso Felipe V la creación de la Academia Española, la lengua que se hablaba en España y en las colonias era un verdadero caos. Las grafías eran diferentes en Asturias, en Castilla y en Andalucía, había un dialecto en Extremadura, otro en León y una lengua diferente en Galicia. Había por cierto pronunciaciones diferentes y cada escritor tenía su propia ortografía. El idioma se veía amenazado por la disgregación dentro de la propia España, sin hablar de las colonias. Todo parecía indicar que cada uno de aquellos dialectos iría a evolucionar hacia una nueva lengua, como ocurrió en la Península Itálica hasta el siglo XIX. El Estado español sintió la necesidad en aquel momento, y en aquella situación, de implantar una norma bajo el principio de autoridad. La Real Academia fue creada en 1713 y asumió de inmediato la tarea que Antonio de Nebrija le había sugerido poco más de dos siglos antes a Isabel la Católica: unificar la lengua, regular el vocabulario y establecer las normas del castellano.
La Real Academia cumplió su tarea en forma espléndida: a lo largo de trece años a partir de 1726 fue entregando en varios tomos sucesivos un trabajo excelente para su época: la primera edición de su Diccionario, que mereció comparaciones muy favorables con otras obras semejantes tanto del español como de otras lenguas europeas. Gracias a esta obra, los escritores españoles del siglo XVIII unificaron rápidamente su ortografía y, tras la elaboración de la primera Gramática española, hacia 1780, la Academia había cumplido con creces las expectativas suscitadas a su fundación. A lo largo de varias décadas, la Gramática del castellano se fue incorporando en las escuelas de España y de las colonias, abriendo el camino hacia este idioma unificado con que contamos hoy. Esa obra magnífica le valió un gran prestigio a la Docta Casa, y un merecido respeto por parte de los hombres de letras y de los formadores de opinión. Y esto permitió el surgimiento de la idea, que no es común, creo, con otras lenguas, o al menos sólo existe con tanta fuerza entre nosotros, los hispanohablantes, de que tenga que haber alguien que nos siga diciendo, hasta hoy, qué es lo que debemos decir y cómo tenemos que hacerlo.
Como consecuencia del gran éxito inicial de la Academia, se instaló la noción de que la lengua española había llegado en el siglo XVIII al ápice de su desarrollo, tocando la perfección, una idea que la propia Academia alimentó en sus primeros años con el lema «Limpia, fija y da esplendor«. Como ya dije antes, la idea de limpiar una lengua es ajena a la lingüística, a cualquier corriente de la lingüística. La de fijarla, es la idea más extravagante, más abiertamente anticientífica, puesto que el cambio es única ley universal de todas las lenguas en todos los tiempos.
Pero aun así la idea de la autoridad, implantada a lo largo de casi trescientos años, sigue viva, sigue muy firmemente presente entre los hablantes de español, a veces, parecería hasta que los hispanohablantes la llevamos en nuestros propios genes.
A diferencia de lo que ocurre en otras lenguas, entre quienes hablamos español es frecuente que una discusión termine con un argumento inapelable: «Esto es así o asá porque la Academia Española dice esto o aquello« o «esta palabra no se puede usar porque la Academia no la admite«.
Hace unos meses leí en la prensa que un director de la Academia Española, Darío Villanueva, informaba a un reportero que el vocablo tableta en su acepción de equipo informático como el iPad estará incluida en la próxima edición del Diccionario, la de 2014, pero, muy permisivo, aclaró que «ya se puede usar«...
Permítanme aquí una breve cita al académico Manuel Seco, quien en su Gramática esencial del español dice lo siguiente:
La autoridad que desde un principio se atribuyó oficialmente a la Academia en materia de lengua, unida a la alta calidad de la primera de sus obras, hizo que se implantase en muchos hablantes —españoles y americanos—, hasta hoy, la idea de que la Academia «dictamina« lo que debe y lo que no debe decirse. Incluso entre personas cultas es frecuente oír que tal o cual palabra «no está admitida« por la Academia y que por lo tanto «no es correcta« o «no existe«.

En esta actitud respecto a la Academia hay un error fundamental, el de considerar que alguien —sea una persona o una corporación— tiene autoridad para legislar sobre la lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que esta comunidad acepta lo que de verdad «existe«, y es lo que el uso da por bueno lo único que en definitiva «es correcto«.
Pero los puristas no aceptan esto, se yerguen en árbitros de la corrección, buscando en los diccionarios el respaldo definitivo a sus afirmaciones, pensando tal vez que las palabras brotan de los diccionarios así como los frutos brotan de los árboles. En esa línea siempre es posible oír que una cierta palabra «no existe«. ¿Y cómo no existe si todo el mundo la usa? «Sí —replican— algunos la usan pero no está en el diccionario«.

Tengo que reconocer aquí que en algunas profesiones, como la de traductor o la de corrector es necesario tener un respaldo documental para fundamentar una decisión ante el cliente, y lo cierto es que ese respaldo se encuentra muy frecuentemente en los diccionarios. Pero también está en los corpus que son instrumentos de la mayor importancia porque son registros vivos del idioma y porque es de ellos de donde los diccionarios extraen sus verdades. Voy a volver sobre los corpus dentro de unos minutos

Es preciso tener en cuenta que el traductor no trabaja ante una ciencia exacta, un cliente puede preferir una palabra o un giro diferente y es posible que tenga tanta razón como el traductor o el corrector, pero el profesional debe estar siempre en condiciones justificar documentalmente sus decisiones, aunque pueda aceptar las del cliente.
Los guardianes de lo correcto y lo incorrecto creen que la lengua tiene leyes que se cumplen con la precisión de las ciencias naturales y suelen correr en busca del argumento de autoridad para respaldar sus preferencias. En realidad, no son leyes científicas, son reglas o prescripciones gramaticales.

Los hablantes de portugués, al menos los brasileros, no tienen ese problema. Ellos se comunican con fluencia sin preocuparse con lo que dice el diccionario Houaiss o el Aurelio, los grandes referentes del portugués brasileño.

Ellos van hablando y en esa habla, que corre con la naturalidad de las aguas de un río, la lengua muy lentamente se va alterando, algunas palabras van cambiando su sentido, incorporando vocablos extranjeros y nuevas acepciones, alterando su regencia, su sintaxis en general, en un proceso muy lento que a veces que normalmente no llega a percibirse en el curso de una vida humana, pero que en Brasil está avanzando en estas décadas más rápidamente que en otras lenguas. En Brasil a nadie se le ocurre decir que la lengua portuguesa esté sufriendo algún ataque por parte de fuerzas oscuras porque la lengua esté llena de anglicismos, ni que haya que defenderla de los anglicismos.
Hace algunas semanas, el director de la Academia Española, José Manuel Blecua, dijo, según versiones de prensa, que «los anglicismos son el mayor peligro del castellano«, como si el enriquecimiento de un idioma con préstamos tomados de otras lenguas, pudiera ser un peligro. Estoy seguro de que Blecua no piensa eso, pero está al frente de un organismo que es el principal ejecutor de una política lingüística del Estado español que está regida por el principio de limpiar la lengua.
Con los estadounidenses ocurre exactamente lo mismo que con los brasileros: hablan, escriben, se comunican sin que se les ocurra siquiera la idea absurda de defender al inglés de supuestos ataques provenientes de otras lenguas. Ellos entienden intuitivamente que defender una lengua del cambio es como defenderla de su propia naturaleza.

Y si bien el inglés es uno de los idiomas más receptivos con relación a extranjerismos (más 'contaminado', diría alguno) creo que ninguno de nosotros diría que esa característica lo hace más débil.
Lo cierto es que un estadounidense jamás diría «no puedo usar esta palabra porque no está en ningún diccionario«, y ellos cuentan con excelentes diccionarios, mucho mejores que los nuestros, pero saben, entienden, que la lengua va primero y que el diccionario llega después, siempre con atraso, por su propia naturaleza.
Los hispanohablantes, en cambio, vamos por otro camino. Conozco gente que no emplea una determinada palabra, aunque sea la única que expresa con precisión lo que él quiere transmitir, porque proviene del inglés, es un anglicismo, una categoría maldita que ellos creen que habría que combatir furiosamente.
Y hacen eso. Cuando una palabra de otra lengua, principalmente del inglés, entra a nuestra lengua, lo sienten como una agresión a la lengua castellana y corren a vestir sus armaduras de caballeros andantes, empuñar sus adargas, y combatir a la lengua agresora como un temible molino de viento. Hace poco tiempo, en un foro de lengua de internet, se planteó el tema de la traducción al español del vocablo inglés empowerment.
Esta palabra, como ustedes saben, ha hecho una rápida carrera en la lengua inglesa en las últimas décadas del siglo XX en referencia a minorías étnicas o sociales cuya situación mejora y logran acceder a sus derechos de ciudadanía.
La traductora argentina Leticia Molinero, que vive y trabaja en Nueva York, donde forma parte de la Academia Norteamericana de la Lengua Española se refirió en un artículo, hace ya algunos años, al caso de las mujeres de comunidades africanas que se han visto facultadas o 'empoderadas' para desarrollarse por sus propios medios..
 En la discusión hubo quien declarara estar, en su trabajo como traductor, «en plena batalla« contra los anglicismos, y pidió «municiones« para combatir esos usos «indebidos«. Otros, menos belicistas, propusieron palabras como afianzamiento, fortalecimiento, potenciamiento que en mi opinión no expresan cabalmente la denotación de empowerment, pero permiten evitar un anglicismo, como si eso fuera lo fundamental. Unos pocos admitieron que en el español académico no existe un equivalente exacto de empowerment, y por esa razón consideraron justificado el uso de empoderamiento con esa denotación, que es lo que a mí me parece más acertado.
En mi opinión, ese esfuerzo por adoptar siempre, en todos los casos, una palabra de nuestra lengua aunque no exprese cabalmente lo que queremos decir constituye una falla profesional, al menos es una falla cuando existe una palabra extranjera que todo el mundo conoce y que comunica exactamente la misma denotación que queremos transmitir y para el cual no contamos con un vocablo español. Por otra parte, la palabra empoderar figura con numerosos casos en el corpus de la Academia, de donde se supone que se extraen las acepciones del diccionario. Curiosamente, el diccionario dice que empoderamiento es sinónimo de apoderamiento y que se trata de una palabra en desuso, lo que significa que no se registra ningún caso por lo menos desde 1901. Sin embargo, en el corpus de referencia del español actual, de la propia academia aparecen más de 30 casos y todos ellos figuran con el significado de que vengo hablando; no encontré un solo caso del significado de apoderar, que el propio diccionario marca como en desuso.
Vamos a ver un ejemplo nuestro. En toda América Latina, nos resulta raro, nos suena raro cuando un hablante peninsular, cuando un ciudadano español se refiere al ratón de la computadora u ordenador.
Como ocurre con muchos vocablos oriundos de las nuevas tecnologías, los latinoamericanos hemos conocido este aparato por su nombre inglés, que adoptamos con naturalidad, de modo que a un hablante de estas latitudes, aunque no hable inglés, le resultará más natural llamarlo mouse, y hasta es posible que ratón le suene algo cómico o fuera de lugar, como suele ocurrir con las palabras que nos resultan poco familiares.
Pero aquí algo viene algo crucial en lo que les quiero transmitir: ¿qué hace un traductor cuando tiene que referirse al mouse o ratón de una computadora? Tenemos aquí un caso práctico. Supongamos que va a buscar su respuesta en el diccionario de la Academia.

¿Y que le dice el DRAE? No le dice nada. La palabra no figura. Sí es posible hallar otras palabras inglesas que sí se usan en España, como bacon (o bacón) y puzle (hispanizado con una zeta sola), pero de mouse no hay ni rastro.
En cambio, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, sí aparece mouse... con la recomendación de no usarlo, de dar preferencia a ratón, por razones que no se explican. Se trata del argumento de mera autoridad; háganlo así, porque nosotros lo decimos.

O sea que si en mi región se llama mouse, cuando yo hago una traducción dirigida al mercado local, según el Diccionario Panhispánico debo llamarlo ratón porque así lo dicta una autoridad lingüística desde otro continente. Y las autoridades lingüísticas de este continente no logran hacerse oír.
Mouse aparece sí, en el Diccionario de americanismos, editado por la Asociación de Academias, que admite se usa, sí, pero solo en el español de Estados Unidos y en Panamá...

Otro caso que creo que vale la pena mencionar es el del vocablo inglés fan, que yo recuerdo que se usaba ya en los años sesenta aplicado a los seguidores de las estrellas de Hollywood o los astros del rock, cuando se hablaba de los fans de Elvis Presley o los fans de Bill Halley. Un cuarto de siglo más tarde, en 1984, la palabra fan apareció en el diccionario de la Academia con la advertencia de que se trataba de un vocablo inglés cuyo plural era fans, un término muy conocido y usado en español y en otras lenguas.
Hasta aquí no había dudas, todo muy simple, todo muy claro, pero hete aquí que en 2005 aparece el Panhispánico de Dudas, introduciendo precisamente una duda. El DPD pretende establecer por decreto que el plural de fan en español es fanes.
Me puse a investigarlo, y descubrí que en el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia, de donde se supone que la docta casa extrae sus datos lexicales, aparecían en el momento de la búsqueda 422 casos de fans, y ¿adivinan cuántos casos de fanes? Ninguno. Cero-coma-cero-cero.
¿Y qué debe hacer un traductor que tenga que traducir fans al español? ¿Qué debe hacer un corrector de estilo que esté trabajando un texto en español donde figure fans? ¿Corrige al autor? Yo creo que la decisión más adecuada en este caso sería dejar de lado el diccionario. Y este precisamente es el punto en que quiero centrarme. Los trabajadores de la lengua debemos tener siempre presente el hecho de que las obras normativas del castellano no siempre tienen el rigor que cabe esperar de un trabajo académico.
 Y no deberíamos olvidar que la función primordial del lenguaje es comunicar. Si en un texto destinado a lectores montevideanos mencionamos un centro de compras, no vamos a ser tan bien comprendidos como si dijéramos shopping center, o un shopping que es lo que todos usamos habitualmente.
Hace algunas décadas se consideraba «incorrecto« decir que algo había pasado desapercibido. Era «incorrecto« porque esa acepción proviene del francés, aunque el Diccionario Panhispánico de Dudas admite que está asentada en nuestra lengua desde hace dos siglos. Pero se queda corto; la palabra ya era usada en español por lo menos del siglo XVI, con una denotación ligeramente diferente, de 'estar desprevenido'. Es también el caso de banal, palabra que ingresó al diccionario en 1927 marcada como 'galicismo por trivial, insustancial', y solo obtuvo su carta de ciudadanía en la edición de 1983. A pesar de que se usaba en nuestra lengua desde mucho tiempo antes.
También hay palabras que están muertas desde hace siglos, pero siguen vivas en el diccionario donde hay vocablos que no tienen ningún registro de uso desde el siglo XVIII. Aquí cabe preguntarse qué deben hacer los trabajadores de la lengua ante situaciones como las que veníamos viendo, ¿deben esperar a que los lexicógrafos se den cuenta de que una palabra está viva en la lengua? O que está muerta.
Es una pregunta que cada uno tendrá que hacerse al tomar una decisión en cada caso particular.
Otra cosa son las contradicciones en la obra académica; en estos tiempos de internet, por ejemplo, no sabemos cómo escribir el nombre de la red: en el avance para la vigésima tercera edición del diccionario, que debe salir en 2014, internet aparece con minúscula, pero en la nueva Ortografía, que no tiene un año, la grafía es con mayúscula inicial. ¿Cuál debemos seguir?

Antes de terminar, quisiera dejar claro no me parece mal que exista una norma de autoridad. Hablamos una lengua que es oficial en veintiún países y, no sé si es necesario, pero seguramente es bueno, es positivo que exista una base común para facilitar la comprensión, siempre que todas las áreas hispanohablantes cuenten con la misma consideración, con el mismo peso, algo que hasta ahora no ha ocurrido.
Y termino con una sugerencia.
Cada vez que tenemos que fundamentar el uso de la lengua viva, podemos encontrar respaldo no solo en los diccionarios sino también en los corpus de la lengua. Un corpus sincrónico es una colección de millones de palabras de textos correspondientes a un estado de lengua, que se puede acotar cuánto se quiera, o a una variedad. Los corpus se usaron siempre en estudios lingüísticos, pero cobraron una importancia inusitada en los últimos 25 o 30 años, sobre todo en lexicografía, con el avance de la informática, que permite consultas instantáneas que antes no eran posibles.
En ese sentido, recomiendo por supuesto los corpus de la Academia y también el corpus Davis, de la universidad Brigham Young. También descubrí en la últimas semanas que hay un corpus basado en los libros digitalizados por Google. El corpus Davis tiene unos cien millones de palabras, el de la Academia unos 500 millones, y el Google no se informa, pero me enteré de que los libros en español digitalizados por Google representan algunos miles de millones de palabras.
Los corpus, por su tamaño, por el gigantesco volumen de datos que manejan pueden ser en muchos casos herramientas más útiles a los profesionales y un respaldo más sólido que el propio diccionario, porque son muestras de la lengua real, viva.
Espero que a la luz de estas cuestiones pueda considerarse oportuno reflexionar sobre el papel de la norma de autoridad, que es la marca registrada del idioma español, y la actitud que cabe en este punto a los traductores y a los trabajadores de la lengua en general, que son quienes, en su conjunto, contribuyen con el mayor aporte al establecimiento de las diversas normas cultas de las sociedades hispanohablantes.

Ricardo Soca
La Página del Idioma Español

LA LENGUA ES DE TODOS, NO ES DE LAS CORPORACIONES

La RAE nos obliga a retirar servicios del portal
Cuando vi aquel mensaje amenazante en mi correo electrónico, pensé que el remitente sería de esas personas que emplean su tiempo en enviar mensajes-basura, un cracker o depredador, de los que se enorgullecen de sus acciones vandálicas en la red. Esta conjetura se vio fortalecida por el hecho de que el IP de donde provenía el mensaje está señalado en Wikipedia como origen de actos de vandalismo en la red: http://es.wikipedia.org/ wiki/ Usuario_ discusi%C3% B3n: 213.192.254.2.
En el mensaje se me advertía, en nombre del Grupo Planeta y de la Real Academia Española, que debería retirar los avances de la vigésima tercera edición del diccionario académico, pues estaría violando, aquí en Montevideo, no sé qué leyes civiles y penales del Reino de España. No podía concebir (ahora puedo) que la Real Academia y un grupo empresarial de la envergadura de Planeta pudieran zanjar sus conflictos sobre uso de contenidos mediante mensajes anónimos en la internet. Ni que creyeran que yo podría «competir» con ellos.
Después de intercambiar varios mensajes y llamar por teléfono a la sede del Grupo Planeta en Barcelona, pude comprobar que mi conjetura era errónea: mi interlocutor acabó identificándose como Álex Calvo, del Departamento Jurídico de dicho grupo, quien dijo actuar en «en nombre de la Real Academia Española, en adelante RAE», todo ello con «un profundo respeto hacia nuestros usuarios» y con el objeto de «procurar la continuidad de su buen nombre en el sector», según reza el mensaje inicial sin firma enviado desde la dirección electrónica acalvog@planeta.es.
La docta casa me advirtió asimismo a través de este insólito apoderado, que «queda prohibida la introducción de enlaces que faciliten el acceso directo a cualquiera de los contenidos de los sitios web de la RAE, salvo en el caso de que se utilicen los procedimientos que la entidad implemente para ello, bien sea por medio de botones integrables en el navegador o de otro tipo de recursos de software».
Según Planeta/RAE, este nuestro modesto portal estaría practicando «competencia desleal» y cometiendo «un ilícito penal de acuerdo con» leyes que rigen en el reino peninsular.
Sintiéndome intimidado por entidades tan poderosas, he retirado del portal los contenidos cuestionados, pero no puedo dejar de señalar que hace nueve años empecé a distribuir nuestro boletín La palabra del día, que hoy llega a un universo de 212.000 suscriptores gratuitos. Pues bien, hace tres años, la Real Academia decidió apropiarse del nombre del boletín y tiene su propia «palabra del día». Nunca cuestioné este procedimiento, característico de la política de ninguneo de RAE, pero es sintomático que, a partir del momento en que nuestra buena amiga Silvia Senz se lo hizo notar a la Academia Española mediante un mensaje dirigido a la cuenta en Twitter @RAEinforma, le fue bloqueada su suscripción a este servicio de la RAE en esa red social.
El papel de las instituciones académicas, sobre todo de aquellas que son financiadas en todo o en parte por el dinero de los contribuyentes, es generar y transmitir conocimientos, devolviendo a la sociedad el fruto de sus investigaciones con la máxima divulgación posible. Que las empresas privadas comercialicen material cultural para obtener ganancias no está mal, forma parte de su papel en nuestra organización social, pero las instituciones académicas no deberían involucrarse en la busca de lucro.
Habíamos pensado hasta ahora que este sería el caso de la Real Academia Española, que desde Madrid pretende dictar las normas del castellano a un universo de 450 millones de hablantes diseminados en veintidós países de cuatro continentes, trabajando en colaboración con un conjunto con otras tantas academias nacionales. Pero la RAE retacea el fruto de su trabajo por razones comerciales: su diccionario no ofrece en la web todos los servicios de su versión comercial en disco, el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española no ofrece en la red los mismos servicios que su versión de pago en DVD, y no permite la divulgación de sus trabajos fuera de su página web por razones comerciales.
En el siglo XXI, la Academia ha delegado en empresas privadas del Reino de España una parte de la autoridad que hace 298 años le confirió Felipe V para unificar la lengua del imperio. En efecto, es sorprendente que una compañía poderosa como el Grupo Planeta pueda presentarse en nombre de la Real Academia, presionando para impedir la divulgación en la internet de obras en cuya elaboración han participado las veintidós academias, como es el caso del Diccionario de la lengua española y pretende imponer las leyes del reino a los países hispanohablantes.
Ricardo Soca
La Página del Idioma Español