POR Oliver Burkeman - THE GUARDIAN Y CLARIN
El psicólogo y Premio Nobel de Economía habla de su nuevo trabajo “Pensar, rápido y lento”. Rechaza que se trate de un libro de autoyuda.
El psicólogo y Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman vive en el piso 14 de un edificio de Manhattan. Pero eso no tiene importancia por ahora. Tratemos de contestar, sin pensar mucho, a la siguiente pregunta: ¿qué porcentaje de los estados que integran las Naciones Unidas son africanos? Lo que importa no es la cifra correcta. Lo que cuenta es que es probable que la respuesta sea inferior, si antes nos hubieran dicho que Kahneman tiene 77 años, o si se hubiera afirmado que su departamento estaba en un piso 60. Se trata del fenómeno que se conoce como “efecto de anclaje”, y es uno de los aportes de Kahneman a la psicología porque sugiere algo inquietante: no sólo tendemos a hacer juicios sesgados, sino que experimentamos la influencia de los factores más sutiles y absurdos que podríamos imaginar.
El nuevo libro de Kahneman, Pensar, rápido y lento (Thinking, Fast and Slow), consiste en las jugosas memorias de su vida. “No puede decirse que baste leer el libro para pensar diferente”, dice. “Yo lo escribí y no pienso diferente.” Kahneman es una persona animada y dinámica. Sin embargo, es un pesimista. Además, es alérgico a la idea de que pueda tomarse su libro por un manual de autoayuda. El abordaje que hace Kahneman de la psicología obvia fórmulas y se inclina por preguntas breves e interesantes, que ilustran con elegancia las formas en que nuestras intenciones nos engañan.
Tomemos, por ejemplo, la famosa “pregunta de Linda”: Linda es soltera y tiene 31 años. Es muy inteligente y le interesan los temas relacionados con la justicia social. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones es más probable? a) que Linda trabaje en un banco, b) que Linda trabaje en un banco y participe de forma activa en el movimiento feminista. La abrumadora mayoría opta por b), por más que sea imposible en términos lógicos. No puede ser más probable que ambas cosas sean ciertas y no que lo sea una de ellas. Es la “falacia conjuntiva”, por la que nuestro juicio queda afectado por la persuasiva combinación de detalles plausibles. Somos mejores narradores que lógicos.
Si algo de esto suena familiar, es porque Kahneman y su colaborador, Amos Tversky (que murió en 1999), son la principal fuente de inspiración de muchos de los libros de psicología popular de la última década. La influencia de ambos autores se extendió con rapidez en el campo de las ciencias sociales, y tuvo su momento culminante en 2002, cuando Kahneman se convirtió en uno de los muy pocos no economistas que ganaron el Nobel de Economía.
La idea de Kahneman no es que todos somos raros, sino que nuestro aparato mental, que la mayor parte del tiempo funciona muy bien, en ocasiones nos desorienta de formas predecibles. “Somos artefactos bellos”, dice. “Los artefactos funcionan bien; todos somos expertos en lo que hacemos. Pero cuando el mecanismo falla, esas fallas pueden decirnos mucho sobre cómo funciona la mente.” En Pensar, rápido y lento presenta la situación como un drama con dos “personajes”: Sistema Uno, que es el ámbito de las respuestas intuitivas, y Sistema Dos, el plano del pensamiento consciente. Sistema Uno se activa sin que tengamos que pensar en ello. El problema es que siempre trata de ayudar, incluso cuando no debería hacerlo, y que trabaja con lo que tiene, que no es siempre la información más sensata. El principal desafío fue el que planteó a los economistas, la mayor parte de los cuales asumía que la gente era ante todo racional y egoísta y que actuaba según sus propios intereses. El trabajo que le valió a Kahneman el Nobel demostraba lo contrario. Por ejemplo, odiamos perder cosas más de lo que nos gusta ganarlas, por lo cual la gente se niega a vender su casa por menos de lo que pagó, incluso si hacerlo tiene sentido en el plano económico.
Las características irracionales que descubrieron son, para tomar un ejemplo famoso, muy importantes en la comprensión de las causas de la crisis económica actual, que tiene sus raíces en (entre otras cosas), el exceso de confianza y la ilusión de la habilidad.
Traducción: Joaquín Ibarburu