sábado, 10 de marzo de 2012

LA SOCIEDAD CAMBIA, LA ACADEMIA, NO

Por Mercedes Bengoechea
Es lingüista y ha sido decana de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá.  

El pasado domingo la mayoría de los medios reproducían un informe firmado por veintitrés académicos y tres académicas de número de la RAE, «Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer». Lo primero que me llamó la atención al leerlo fue un error gramatical en el mismo: se hablaba de mujeres como «miembros femeninos de un comité». La expresión es errónea sintácticamente puesto que, según el diccionario de la propia Real Academia Española, miembro es un sustantivo común: miembro. 7. com. Individuo que forma parte de un conjunto, comunidad o cuerpo moral. (Diccionario de la RAE, 2001).

Para la gramática normativa, los sustantivos comunes referidos a personas se acompañan de artículos y adjetivos que indican el sexo de la persona de referencia. Por tanto, miembro debe concordar con adjetivos masculinos o femeninos dependiendo del sexo de la persona aludida. «Miembros femeninos de un comité», según los propios criterios de la RAE serían individuos del sexo masculino que... ¿visten de rosa, son cariñosos con sus hijas?... individuos que poseen alguna cualidad que lleva a calificarlos de «femeninos», pero ciertamente no mujeres. Siguiendo la norma académica, ellas serían en todo caso «miembros femeninas de un comité». Como podrían ser también, por recurrir a otro sustantivo común, «unas testigos estupendas» (pero no ‘estupendos’). Todo ello, aplicando a rajatabla la norma académica.

Desconozco si la RAE castigará de rodillas contra la pared al Sr. Bosque, autor del informe, por cometer errores de concordancia gramatical. Pese a que multitud de estudiantes y escolares han probado en sus carnes el castigo ante el error ortográfico o gramatical, espero que no sea así con el Sr. Bosque, quien ha expresado con su acostumbrado tono ponderado y elegante un sentimiento que algún otro académico prefiere manifestar aderezado con profusión de insultos y exabruptos. Las formas corteses excusan los errores y merecen el perdón y el elogio. 

Para poder explicarnos el error del Sr. Bosque deberíamos ser capaces de expandir nuestra concepción de la lengua y dejar de identificar lengua y norma. El Sr. Bosque aplicó la norma vigente en 1992, cuando el DRAE clasificaba el sustantivo miembro como uno masculino: miembro. 3. masc. Individuo que forma parte de un conjunto, comunidad o cuerpo moral. (Diccionario de la RAE, 1992).

¿Qué había ocurrido entre 1992 y 2001 que llevó a la RAE a cambiar la clasificación del sustantivo? Que muchas mujeres pertenecientes a consejos de administración, a tribunales o a organizaciones políticas empezaron a poblar los discursos mediáticos. Y los medios, sin hacer caso de la normativa académica, redactaban «ha sido detenida la miembro de ETA» o «Fulanita ha pasado a ser la miembro número tres del Consejo». Ante la avalancha de casos en los que el sustantivo miembro se escribía con artículo femenino, la RAE decidió clasificarlo en la edición 22a de su diccionario como sustantivo común, y no como sustantivo únicamente masculino.

Esta anécdota ilustra a la perfección la rica y compleja vida de la Norma... y de las lenguas. Estas laten sometidas a fuerzas contrapuestas, centrípetas y centrífugas, que «tiran» de la lengua en un sentido o en otro. En toda sociedad se producen simultáneamente tendencias de cambio y tendencias inmovilistas que prefieren frenar la andadura de una lengua que no puede sino caminar junto a la sociedad que la habla. Todas las tendencias son perfectamente legítimas. En el caso que nos ocupa, las guías «tiran» hacia una mayor feminización del español, mientras la RAE intenta frenar esa transformación. Mientras, la sociedad utiliza la lengua en una u otra dirección. Como en el caso de miembro, finalmente la RAE tendrá que reconocer los cambios, si llegan.

Curiosamente el informe de la RAE está lejos de reconocer que una de las características de las lenguas es su permanente estado de evolución. Quizá porque la mayoría de sus miembros no son lingüistas. El informe olvida de que la lenguas se trasforman junto a las sociedades que las hablan. Por eso no hablamos latín. Si una parte de la ciudadanía no se siente a gusto con un determinado uso verbal, por muy extendido que esté, es natural que busque otras formas de decir entre las que la lengua nos ofrece. Si yo compruebo que, al afirmar «este curso tengo unos excelentes alumnos rusos en clase», la gente piensa que sólo tengo chicos, acabaré diciendo «este curso tengo un excelente alumnado ruso» o «este curso tengo un grupo excelente de alumnas y alumnos rusos». ¿He conculcado con ello alguna norma?

Para la RAE, lo he hecho. A partir de 2001, en diversos comunicados y notas que culminan con el informe del pasado 1 de marzo, la Academia ha insistido en la validez del masculino para representar a ambos sexos, contra-argumentando la falacia (falacia en su opinión) de que las mujeres no estén incluidas en él, y ha considerado un error el uso de la doble forma (niñas y niños). Desde 2005, se remiten a su Diccionario Panhispánico de Dudas, donde bajo la entrada género se afirma que el masculino abarca a ambos sexos. Ahí se ofrece una entrada tomada (¡atención!) del propio corpus de las Academias de Español como ejemplo de utilización errónea («Decidió luchar ella, y ayudar a sus compañeros y compañeras») para concluir que el masculino «pudo y debió ser usado». Además de las dobles formas, para el Panhispánico son inadmisibles los dobles determinantes (las y los ciudadanos) y la arroba. La insistencia en la necesidad de evitar las dobles formas o la arroba, las arrebatadas defensas del masculino de algunos de sus miembros y las diversas explicaciones, argumentos y apologías a favor del masculino o del término hombre para representar a ambos sexos demuestran, en primer lugar, lo relativamente extendido de su uso y, en segundo lugar, la enconada resistencia de las Academias a su utilización. Pese a que, como luego expondré, el propio Diccionario de la RAE recurre a la doble forma y que esta ha estado en la lengua desde tiempos inmemoriales, nunca antes había sido prohibida expresamente. Se trata de un acontecimiento nuevo y muy significativo.

El informe de la RAE muestra su disconformidad con las guías que tratan de «conculcar aspectos gramáticales o léxicos» que «contravienen las normas de la RAE» a las que acabo de referirme. Máxime cuando «es cierto... que las mujeres no se sienten excluidas» de frases en masculino genérico. Mas lo que demuestran las «numerosas» guías es precisamente que muchas mujeres (quizá justamente aquéllas a las que quienes suscriben el comunicado parecen ignorar) han creído percibir que el español se usa y se ha usado durante siglos, entre otras cosas, para construir lo que ahora denominamos «género», es decir, las relaciones entre los sexos. Dicho de otra manera: que mediante la utilización de ciertas estrategias y de ciertas formas lingüísticas, se han venido creando y re-creando las relaciones sociales entre los sexos durante el patriarcado. Una sociedad que no concedía derechos a sus mujeres, que ignoraba sus ansias de realización plena y las encaminaba a dos únicos papeles, esa sociedad –digo–, en consonancia cabal, ha convertido en hegemónico un uso de la lengua donde las mujeres están invisibles o estigmatizadas. Mujeres a quienes no conoce la RAE «tiran» de la lengua para poder sentirse incluidas, nombradas y visibles. Y usos del español que llevan siglos vigentes, por ejemplo, la llamada doble forma, irrumpen de nuevo como uso mayoritario, en lugar de minoritario. Se utilizaba en El Cantar del Mío Cid, en el Libro de Buen Amor, en el romancero... para convertirse en un uso minoritario posteriormente. Lo curioso es que la propia RAE comete la ligereza de utilizarla en entradas como collazo, concuñado, sobrino, hábito... Cuando las mujeres reaparecen en los discursos y en la lengua en el siglo XXI, la doble forma vuelve a utilizarse con frecuencia. Es entonces cuando la RAE la proscribe.

Por eso sorprende la ingenuidad del informe al mostrar su indignación por no haber sido consultada la RAE en la elaboración de las guías y denunciar que «una serie de guías se hayan atrevido a invadir las competencias de la RAE y despreciar abiertamente sus criterios». La RAE parece olvidar que es una institución humana (financiada en parte por nuestros impuestos), no divina, y puede incluso, aunque a sus miembros les parezca imposible, equivocarse. Esa proliferación de guías de uso no sexista vendría, cuando menos, a demostrar una cosa: que parte de la sociedad ha perdido su fe en la RAE, no la venera como la guardiana de su lengua y de su mente y la ve como una institución anacrónica e ideologizada. No cabe duda de que desde su perspectiva no pueden percibir el hecho incuestionable de que su trayectoria histórica dista mucho de ofrecer confianza a las mujeres. Quizá por eso muchas de ellas no se sientan obligadas a someterse a «su norma» y no pidan permiso para hablar. Deberían preguntarse cómo se ha llegado a ello. Desde aquí invito a consultar en su diccionario la definición de pares de palabras (supuestamente simétricas) como felación-cunnilingus; alcalde- alcaldesa; macho-hembra; vagina-pene; madre-padre... o simplemente la definición de huérfano. Si esas definiciones se mantienen en la próxima edición de 2013 significará que hace años que sus miembros perdieron contacto con la sociedad en la que viven.

El espíritu de esas guías tan criticadas es sugerir cauces de expresión a quienes quieran hacer visibles a las mujeres en sus textos. Las guías sugieren, por ejemplo, que, en lugar de escribir «asociación de sordos», se puede redactar «asociación de personas sordas». Entender las razones de delicadeza, exactitud, justicia e inclusión de esa redacción (‘personas sordas’ y no ‘sordos’) es quizá más fácil que justificar la razón por la que la RAE, deprisa y corriendo, y sin ninguna pedagogía explicativa, aprueba una nueva ortografía justo antes de las compras de Navidad. Pero pobre de quien no la siga en los próximos exámenes de lengua española. Espero que su castigo no sea mayor que el que reciba el Sr. Bosque por conculcar, temerario, la sacrosanta norma vigente.