Compañero de ruta de Bataille, el francés Pierre Klossowski reflexionó en “La moneda viviente” sobre las vetas simbólicas del dinero y los sujetos como objeto de intercambio.
La economía política, nacida en Europa en el siglo XVIII, no sólo creó las bases de la actual ciencia económica, sino que también legó principios de análisis a otras ciencias más recientes. La antropología en el siglo XIX y la sociología, a principios del siglo pasado, se nutrieron de variadas teorías económicas para analizar las sociedades. Entre ellas está la que se consagra al intercambio de bienes. Si se siguiera la estela de estas influencias para el caso de Francia, no costaría encontrar en el intercambio el hilo conductor que lleva de la antropología de Marcel Mauss a la teoría estructuralista de Claude Lévi-Strauss, pasando por la sociología de Emile Durkheim.
Así, en 1933, y en medio de una relativa soledad teórica que el tiempo se encargó de acentuar, ese pensador singular llamado Georges Bataille escribió su clásico texto La noción de gasto. Bataille se apoyaba en el análisis que Mauss hizo de la institución social del potlach entre los indígenas del noroeste de Norteamérica, en la cual se genera la obligación entre grupos rivales de regalar todas sus posesiones. Y sostenía que en realidad el potlach expresaba una constante del ser humano en su vida social, que es la necesidad de gastar improductivamente, lo cual sin dudas comienza a caer fuera del ámbito tradicional de la economía. El gasto improductivo es algo crucial que, de no encontrar formas sociales de expresión, estallará por ciclos de manera catastrófica, un poco a la manera en que se resuelven las crisis de superproducción en la visión más tradicional del marxismo económico. De hecho, Bataille pretendió inscribir su teoría dentro del marxismo y muy bien no le fue. Luego de la Segunda Guerra Mundial publicó La parte maldita, con “La noción de gasto” como prólogo. En este libro se sinceró respecto de lo que espera de una concepción heterodoxa de la economía: “un sacrificio humano, la construcción de una iglesia o el regalo de una joya no tienen menos interés que la venta de trigo”.
Fue Pierre Klossowski, compañero de ruta de Bataille, pensador libre y pintor, quien continuó la senda. La moneda viviente, texto publicado en 1970, traducido a fines de los 90 en nuestro país por la editorial cordobesa Alción y ahora reeditado por Las Cuarenta, es una respuesta compleja al desafío de Bataille y a la vez una ampliación más para la problemática del intercambio. Si Bataille podía hablar del gasto por fuera de la lógica de la producción de los bienes escasos, de su circulación y de su consumo, ¿no podría también pensarse en nuevas formas de moneda, que no estuvieran atadas a lo que hoy es el dinero?
Klossowski dice que en la esfera económica tradicional el análisis puede ajustarse a lo que Marx definía clásicamente como “el fetichismo de la mercancía”. Hay productores y consumidores que se relacionan mediante objetos fabricados que no son sólo objetos sino también fantasmas. Hay en ellos algo que escapa a la mera satisfacción de una supuesta necesidad, un halo mágico provisto por las equivalencias construidas por el mercado, para el cual una mesa vale cinco sillas. O sea, los objetos se vinculan entre sí como si su valor no proviniera del tiempo de trabajo socialmente necesario que requirieron. Allí, razona Klossowski, al lado de las mercancías “fetichizadas”, es necesario agregar la esfera “impulsional”, pues la vida social no está constituida sólo por sujetos enfrentados con otros sujetos en el mercado a través de objetos, sino también por sujetos que ven a los propios sujetos como objeto de intercambio, lo que les genera una emoción voluptuosa.
Es evidente que aquí Klossowski, como señala Axel Gasquet, traductor y comentador deLa moneda viviente, muestra rastros de Sigmund Freud, o al menos un intento de pensar el ámbito psíquico y el económico de manera conjunta, completamente opuesta a los intentos de la escuela económica neoclásica y más adelante la neoliberal. Es que Marx y Freud resultan combinados con el marqués de Sade y Charles Fourier, los verdaderos inspiradores de Klossowski. El primero había establecido el principio de la prostitución universal, de manera tal que lo que conocemos hoy como perversión –término que siempre se desliza hacia un juicio moral, como ocurre con el sadismo– no es más que la institución social de ese apetito de los sujetos por tener a disposición completa a otros sujetos. El segundo había postulado al goce erótico, por encima del meramente sexual, como una necesidad, y al mismo tiempo había incluido a los intercambios pasionales, y en ellos al trabajo mismo –que deja de ser así la mera producción de objetos– dentro de una gran “economía libidinal”.
En este mundo ciertamente revolucionario –pues de hecho Sade y Fourier fueron personajes centrales de las sucesivas revoluciones francesas de los siglos XVIII y XIX–, ya no hay sujetos vinculados con objetos por un tipo de intercambio basado en equivalencias, sino sujetos que son el intercambio mismo, porque los cuerpos son reconocidos como la fuente de las emociones voluptuosas, incorporadas ahora al pensamiento económico. Esto es la “moneda viviente”: no el obrero, el esclavo o la prostituta, que son reducidos a objetos para ser explotados con o sin paga por ello, sino sujetos que se afirman como objetos para otros sujetos. “El cuerpo es dinero y fuentes de riquezas”, dice Klossowski.
“Ahora que lo releí varias veces, sé que se trata del libro más importante de nuestra época. Lo que ha realizado por todos nosotros está por encima de cualquier agradecimiento y reconocimiento”, le escribió Michel Foucault a Klossowski apenas publicada La moneda viviente. Foucault se cuidó bien de aclarar que lo releyó varias veces, pues efectivamente es un texto que no aparece en un primer vistazo. Cada una de sus oraciones parece decir algo y en realidad dice otra cosa, pero no algo que está oculto, sino algo que “ya estaba ahí”, como dice también Foucault, pero cuya comprensión requiere echar por tierra todo lo que se tiene por evidente. Por ejemplo, que sea censurable que un sujeto posea a otro, sólo porque la única forma de posesión imaginable es la de un objeto.
Hace siete años, en Buenos Aires, el grupo de pensamiento experimental Soy Cuyano montó un show a partir de La moneda viviente. Se llamó “Galpón: Dejad que el chancho absorba” (www.gruposoycuyano.com.ar/galpon.html). Dicen que allí se quemó dinero para liberar los fantasmas del intercambio mercantil y que la inquietud de la platea requería pasar a la “moneda viviente”. Pero es como el texto de Klossowski: aquello que creemos que está pasando, ya pasó o nunca pasará. La moneda viviente espera a un mundo que está lejos de ser este.
Tomado de la Revista Ñ