Resulta fructífero comparar la narrativa con la astronomía, tal como lo demuestra el brillante comentario de Andrés Neuman. Comparto con ustedes el artículo.
Andrés NeumanAstronomía y narrativa comparten la obsesión visionaria por observar el conflicto incesante del punto de vista. Ambas tratan de acercarse a algo que parece conocido pero resulta un misterio: el cielo estrellado, la naturaleza humana. Hay escritores ptolemaicos y escritores copernicanos. Los primeros parecen creer firmemente que la realidad gira alrededor de sí mismos. Los segundos sospechan que ellos mismos orbitan alrededor de otros cuerpos. Unos serían geo, egocentristas. Otros serían helio, aliocentristas. El narrador geocéntrico suele dar cuenta de quién es. Profundiza a partir de su propio centro. El narrador heliocéntrico tiende a querer ser otro. Se convierte en aquellos individuos que observa.
La diferencia entre ambos arquetipos no depende, por supuesto, del uso de la primera o la tercera persona. Al contrario: lo fascinante es cómo, sin salir del espacio del yo gramatical, la escritura es capaz de albergar infinitos puntos de vista. La llamada autoficción, que arranca en la picaresca y eclosiona en la posmodernidad, sin duda representa un procedimiento rico. Que yo mismo he practicado con placer. Ahora bien, no hay por qué limitar la primera persona a la autobiografía, cuando la maravilla de la literatura es que también consigue transmitir voces ajenas, recordar en plural.
La primera persona es un laboratorio. Nuestro yo literario, una cobaya. Que permite alterar, mutar la propia identidad. Un narrador bien puede someterse a entornos extraños, provocarse dolores desconocidos, transplantarse memorias ajenas. Esos experimentos fuerzan los límites de quien creemos ser, para asomarnos a la incógnita de quienes podríamos ser o haber sido. Visto con telescopio, yo somos muchos. Y todos ellos, como demostró Pessoa, podrían ser sinceros. El heterónimo desborda al alter ego. Lo despoja de su biografía para mostrarle su cara. Para contar la historia de cualquier hijo de puta, por ejemplo, lo más interesante sería dejarlo hablar, explicar sus razones. Quizás hasta descubrimos que se parecen mucho a las nuestras.
Tomado de Revista Ñ