viernes, 16 de noviembre de 2012

EN CONTRA DEL CASTELLANO NEUTRO

Martín Schifino traductor y crítico literario argentino


Uno de los deportes de sillón de la Argentina ―lo digo como argentino que practica ese tipo de deportes, aunque no este― es quejarse de las traducciones ibéricas. Editores, críticos, traductores, fustigan a los traductores españoles por escribir en ese imposible castellano «de allá» (también conocido como «gallego»). La variedad que se le contrapone es «castellano neutro» o, en momentos de exaltación lingüístico-moralizante, «castellano ecuménico».  Y la medida que se preconiza es simple: erradicar las expresiones marcadas, para no herir los finos oídos de los demás hispanohablantes. ¿Cuál es la consecuencia de lo anterior? Un castellano que no representa a ninguna comunidad puntual, pues así como sacamos españolismos hay que sacar mexicanismos, chilenismos, etc.

No es algo completamente utópico; un castellano así se usa en las traducciones de las Naciones Unidas, y es obvio que sirve para comunicar cuestiones de geopolítica, economía o medio ambiente. Más peliagudo es mantenerse en el plano neutral al traducir una página literaria de cierta complejidad, cuidando registros de lenguaje, referencias locales, frases hechas, proverbios y demás inris. Tratar, tratamos todos, con resultados mejores o peores, en general honrosos, gratos al oído, muy límpidos y, hay que decirlo, muy normativos, algo a lo que ayudan correctores de un rigor encomiable. Eso no impide, sin embargo, que al leer una novela traducida al neutro se tenga muchas veces la impresión de estar escuchando una sinfonía a través de un teléfono. Linda la musiquita. ¿No se le podría dar un poco más de volumen? Y el problema no está, claro, en el timbre impalpable de los violines originales, ni en la inefabilidad con que el director extranjero movió la batuta. Está en el teléfono.

Mis objeciones a lo neutro son dos. Para empezar, hay una diferencia muy grande entre una lengua y un habla. Cualquier escritor más o menos bueno presta un oído a la primera y el otro a la segunda, y cuando un lenguaje literario es interesante, no digamos innovador, aprovecha los armónicos de ambas (ejemplos, cuantos quieran: Woolf, Céline, Faulkner, Proust, Colette, Valle Inclán, Svevo, Ocampo). A ningún escritor se le critica que utilice la diversidad sonora que oye a su alrededor. ¿Por qué los traductores, que a fin de cuentas usan el mismo material, tendrían que apagar un oído? En una excelente versión que leí hace poco de Un amor, de Dino Buzzatti, el traductor español Carlos Manzano demuestra un fino oído para la potencia emocional de los insultos, usando palabras del habla de la península. De haberse optado por un registro neutral, se habría neutralizado el impacto del texto.

La segunda objeción es más bien ideológica. Al defenderse el castellano ecuménico se cae en la sonsa corrección política y sus insoportables remilgos diplomáticos. De momento, dejemos de lado el hecho de que, con un dialecto que no representa a nadie, pocos quedan conformes. Lo peor es que la corrección política aparece en un contexto de insatisfacción más económica que lingüística: cómo traducen los españoles sería un dato menor si las editoriales de España no se llevaran una tajada desproporcionada del mercado editorial de habla hispana. Se puede decir incluso que el mercado impone una variedad dialectal. Pero no confundamos categorías: el problema es el mercado, no el dialecto. Al exigirse ecumenismo lingüístico, lo que en la práctica pasa por aplanar diferencias y variedades dialectales, se le da más herramientas al monopolio que se quiere evitar. Lo ideal sería un mercado más ecuménico, y de paso más apertura para aceptar la diversidad del castellano, empezando por el propio. No vendría mal, por ejemplo, que las editoriales argentinas utilizaran un poco más el idioma que se habla en ellas. ¿Hasta cuándo vamos a seguir traduciendo de tú?

Tomado de El Trujamán

Se puede seguir el debate en los siguientes enlaces de El Trujamán:

Mariano Antolín Rato (2010) El idioma del imperio
Jorge Fondebrider (2010) Imperio

Además, sobre política lingüistica, se puede revisar el blog Club de traductores literarios de Buenos Aires.



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