Por Mauricio Hasbún
Fotografía de Fundación Baremboim-Said |
Hasta aquí,
aparentemente, ha sido de suma importancia ser palestino, israelí, judío,
cristiano o musulmán. Será por esto que el documental que comentamos (Knowledgeis the beginning, Euroarts Music, 2006), que registra la aventura de dos
grandes de la cultura, Daniel Baremboim y Edward Said, es tan liberador: en
escena brota lo específicamente humano, dejando de lado las estridencias
identitarias y el pretendido heroísmo de un conflicto que hace ya mucho tiempo
quedó en manos de los mercaderes de armas.
Podemos imaginar una
experiencia límite: un campo cerrado, doscientas personas y un productor
televisivo morboso y fetichista del reality. A cien les pasan una polera verde
y les dicen ustedes serán palestinos; a los cien restantes les pasan una
celeste para que actúen de israelíes. Acto seguido, al grupo completo se le da
la orden de “matarse con convicción” frente a las cámaras. Los desdichados
harían su mejor esfuerzo con la confianza de que el reality terminaría a la
brevedad. El productor inescrupuloso, en tanto, amasaría por anticipado las
montañas de dinero que ganaría con su programa de TV basura. En verdad, el
conflicto del Cercano Oriente es tanto o más prosaico que el de esta pesadilla,
pero con un par de inconvenientes trágicos: los participantes no pueden salirse
de la telerrealidad, pues están secuestrados por sus elites, y el productor de
TV inescrupuloso, fuera del set, vendría a ser un líder de sonsonete
nacionalista que, además, recibe jugosas comisiones en el tráfico de armas.
El documental de Paul
Smaczny registra el gigantesco y exitoso esfuerzo del destacado músico y
director Daniel Baremboim junto al crítico y literato Edward Said (fallecido en
2003, antes de terminar el rodaje del documental) por crear la West-Eastern
Divan Orchestra que reúne a jóvenes músicos árabes e israelíes en un testimonio
de rigor filarmónico, comprensión cultural y esperanza de una paz futura.
Escena tras escena, el documental es un magistral testimonio de cómo van
cayendo, una a una, las estructuras de identidad que se han ido acoplando a
nuestro ser desde que nacemos por el sólo hecho de crecer en un hogar árabe o
en una familia israelí. Los jóvenes artistas de uno y otro lado del muro, en
principio, se miran con desconfianza, para terminar comprendiendo que están
hermanados por una de las tragedias colectivas más crueles de la última
centuria.
El film se podría leer
como una denuncia de la tiranía de las identidades, esos cuentos que nos
inculcan desde niños con la pretensión de ordenar nuestra vida. Las identidades
son relatos parlanchines que nos machacan a cada paso cómo debemos ser y cómo
nos debemos comportar con nuestros amigos o enemigos. Apenas las identidades se
callan, aparece lo genuinamente humano que llevamos dentro. En el documental,
ese silencio se produce cuando los jóvenes visitan Auschwitz o en las escenas
en que se muestran los ojos de los niños en una escuela de Ramallah. Es en el
silencio donde nace la música de este magnífico documental y es en el silencio
donde tenemos acceso a nuestra humanidad. Ahí, el conocimiento del otro es
apenas el principio.
Tomado de Intemperie
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