viernes, 31 de mayo de 2013

CÓMO CONVIVIR CON EL "OTRO"

Imagen tomada de la Revista Ñ
Mayo del 68 marcó un cambio de época en la sociedad francesa. En la vida de Michel Wieviorka, también: hasta entonces era economista y pensaba dedicarse al management, pero, a partir de la gran revolución cultural de las costumbres, empezó a preocuparse por cómo se organiza la sociedad. Así fue como, a principios de los 70, contactó al pensador Manuel Castells para hacer un doctorado en Sociología. El español no podía dirigirlo, pero lo acercó a Alain Touraine, quien, desde entonces, se transformó en su maestro.
En las últimas cuatro décadas cambiaron muchas cosas. En el camino, Wieviorka se dedicó a investigar la globalización y el multiculturalismo y se transformó en un referente mundial en esos temas. Como buen discípulo de Touraine, sus trabajos fueron guiados por la pregunta sobre cómo es posible vivir juntos en las sociedades contemporáneas. Un interrogante complejo que se reactualiza ante la crisis que atraviesa Europa, en tiempos en que resurgen nacionalismos y en los que el declive del proyecto de integración regional es evidente.
Ahora que se acoda del otro lado de la mesa, toma café y dialoga con Ñ en un hotel del centro porteño como el sociólogo consagrado que es, Wieviorka sentencia que “lo que hoy llamamos crisis es un momento paroxístico, pero es sólo un momento dentro de una mutación más general de la vida colectiva”. Es la salida de un viejo mundo y la entrada en uno nuevo que comenzó, también, hace cuatro décadas. “En los setenta, política, geopolítica, cultural y económicamente, todo cambió –asegura. El modelo de organización del trabajo empezó a modificarse: comenzamos a reemplazar el taylorismo y el fordismo. Las concepciones de la ciencia, del progreso, también empezaron a cambiar. Es la época en que comenzamos a dudar de que producir más es vivir mejor, en la que las ideas ecológicas empiezan a desarrollarse, en la que la industria, los obreros y los sindicatos pierden su centralidad, en la que la descolonización está casi terminada y hablamos de poscolonialismo”.
Asegura que el problema de Europa es que “la crisis no es sólo financiera: es una crisis generalizada que ataca la idea misma de construcción regional”. Además, advierte que, a diferencia de América Latina, “en Europa no está la consciencia de una historia común, de una cultura común, de una lengua común”. En ese marco una de las claves está en qué hacer con las diferencias.
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"EL BIEN COMÚN COMO ADAPTACIÓN"


Por Antonio Lafuente

El altruismo ya es moneda de curso legal. Cotiza al alza. Todos los días la prensa nos muestra cierta perplejidad al informar de que las organizaciones que lo incorporan como elemento estructural de su diseño adquieren ventajas comparativas. Vender gratis, por ejemplo, ya no es una práctica absurda. Hay muchas firmas cuyo negocio es dar servicios gratuitos para atraer usuarios que dejen registro de su presencia y criterio, una información que las nuevas tecnologías pueden convertir en un recurso aprovechable para vender publicidad. En el extremo de esta estrategia, característica de empresas como Google, eBay o Amazon, se crea un nuevo tipo de clientes en la red y transforma a los tradicionales usuarios en los nuevos produsers (produsuarios), gentes cuya conducta virtual ayuda a identificar tendencias. Las empresas no son altruistas pero han adoptado algunos de los perfiles que definen la cultura del altruismo, como lo son el libre acceso o el trabajo voluntario, pues obviamente los produsuarios no obtienen nada a cambio por su deambular nómada, salvo satisfacer la curiosidad. 

En efecto, la gratuidad es aparente, porque alguien paga los servicios que se regalan. El caso, sin embargo, está dando mucho que pensar sobre el futuro de la economía, el papel de la cooperación y las fronteras que separan a los que producen de los que consumen. De pronto, el mundo se ha hecho más complejo y ya no encaja plenamente en los discursos dominantes desde el siglo XIX y hasta el final de la guerra fría. Es verdad que siguen siendo mayoría los defensores del interés individual como motor que regula y racionaliza nuestras sociedades. 

La inercia que mantiene viva semejante creencia es imponente. Tanto que el altruismo vino a caer en un descrédito tan grande que Nietzsche lo calificó de moral de los esclavos, una retórica que exigía de los subalternos apoyarse entre sí para aminorar en lo posible la insostenibilidad de un mundo construido sobre los privilegios de los menos y la explotación de las masas. Altruismo, sumisión y caridad eran términos intercambiables y, en su conjunto, el alimento que se servía a los desheredados.

Pero las cosas están cambiando y el altruismo comienza a tener un prestigio social difícil de ignorar. Empecemos por lo obvio: el tercer sector, ese que conforman las ONG y otras formas de asociacionismo cívico, presupuestó en Francia por valor de 2.600 M€ durante 2006 y mantuvo el equivalente a 40.500 empleos de jornada completa. Hablamos de unas 40.800 organizaciones, cuya financiación procede en un 60% de donaciones privadas. En el Reino Unido se calcula que en 2004 había alrededor de 6 millones de militantes medioambientalistas y que los 23 millones de voluntarios que prestaron algún tipo de servicio social aportan 90 millones de horas de trabajo gratuito a la semana, cuyo coste a precios de mercado se eleva hasta los 45.000 M€ al año.

La historia misma de las ONG nos enseña que su recorrido ha sido tortuoso hasta lograr que, tras muchos conflictos con sus estados de origen, el sistema de Naciones Unidas comience a reconocerlas desde la década de 1990 como interlocutores de mérito. El altruismo entonces no está exclusivamente dirigido hacia los colegas, los compatriotas, los consanguíneos, los camaradas, los cofrades o los correligionarios, sino que, por el contrario, abre su ámbito de actuación hacia los humanos, en tanto que humanos.
Mucha gente sabe ya que Wikipedia es una enciclopedia hecha por millones de voluntarios, lo que hace inevitable la pregunta de cómo puede funcionar una empresa editorial donde los roles de autor, editor y lector son tan difusos. Ninguna respuesta es mejor que los hechos crudos: Wikipedia existe desde 2001 y sólo la versión inglesa tiene ya más de 2,3 millones de entradas. No hace mucho supimos que hay una fuerte correlación entre la calidad de un artículo y el número de ediciones que recibe. Para comprobarlo se diseñó un algoritmo capaz de analizar automáticamente los 50 millones de ediciones realizadas por los 4,79 editores de los 1,48 millones de artículos que incluyó la versión inglesa hasta noviembre de 2006. El resultado obliga a reflexionar a quienes dudan si pueden producir verdadero conocimiento millones de gentes extrañas entre sí y de quienes ignoramos sus calificaciones. El caso de Wikipedia, como el del software libre, prueba que la cooperación funciona para preservar bienes compartidos y también para crear otros que, a su vez, conforman nuevos ámbitos de sociabilidad. (...)

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